Apartado de correos 1001

Llega una carta para Rafael Quintana López, que vive con su hijo Rafael Quintana Suárez en un pueblo de los alrededores de Barcelona, indicando que en dos días le vence el plazo para pagar una hipoteca. Al día siguiente, el hijo sale para Barcelona en busca del dinero necesario, pero lo matan a tiros desde un taxi al bajar del autobús, frente a la Jefatura de Policía. El inspector Marcial Velasco y su joven ayudante Miguel, se encargan del caso. El padre de la víctima les cuenta que cree que el origen está en las doscientas mil pesetas que su hijo heredó de su madre. Ambos agentes hallan un ejemplar de "La Vanguardia" en la habitación del joven asesinado. En el periódico hay un anuncio solicitando un gerente para una empresa de productos químicos, donde le habían dado un trabajo tras depositar como fianza el dinero heredado. Sin embargo, en la dirección de la citada compañía sólo hay un solar con el taxi empleado para el asesinato, con su taxista maniatado, inconsciente y sin recordar nada. El inspector Velasco y su ayudante comienzan a vigilar el apartado 1.001 de la Central de correos al que deben dirigirse los interesados en trabajar para la Compañía Industrial de Productos Químicos, y no tarda en aparecer la joven Carmen para recoger la correspondencia. Velasco y Miguel siguen a Carmen hasta la pensión Urtazun, descubren que es una raquetista profesional que trabaja en el Frontón Cataluña, y les cuenta que un día contactó con un tal Julián Azores que le manda 200 pesetas al mes a cambio de recoger la correspondencia y depositarla en un determinado buzón de Las Ramblas. Los policías vigilan a los empleados de correos que manipulan la correspondencia de esa zona, descubriendo al sospechoso Antonio Benítez y lo detienen cuando se encuentra en una sucursal bancaria con Pascual Domingo Antúñez. Las pesquisas prosiguen con la confesión de Antonio Benítez y cuando están interrogando al taxista que ha recobrado la memoria, éste es asesinado de un disparo.

Uno de los filmes más famosos de la cinematografía policíaca española, culpable directo de que Conrado San Martín adquiriera categoría de ídolo nacional. Su director, Julio Salvador, se granjeó la esperanza y respeto de todas las alturas del país. Guion del futuro director Antonio Isasi-Isasmendi (también montador del filme) y del también futuro director Julio Coll, con un brillante elenco de secundarios con Elena Espejo y Tomás Blanco al frente. El gran atractivo del filme está en la visión realista que muestra de la Barcelona de la época, con unos personajes inusuales en la cinematografía española de entonces, apoyada en una eficaz estructura dramática basada en dos Flash Backs explicativos.